Un proyecto puede ser realidad cuando se activa un proceso que consta de cuatro fases fundamentales:
La preparación: Se trata de la instancia en la cual aceptamos la insatisfacción y reconocemos la falta de coherencia, el vacío que habita en nuestra vida. Debemos reconocer la resistencia para abandonar lo conocido y atrevernos a lo desconocido. Solo al reconocer la incomodidad podemos emprendernos hacia el encuentro con la oportunidad.
La llamada para la hazaña: En esta fase asumimos el deseo de dedicar nuestros días a algo que aporte un profundo significado a nuestra vida, aunque las resistencias y la incertidumbre pongan barreras. Esta fase, generalmente, surge desde un evento inesperado que produce una crisis y marca la necesidad de romper la rutina y nos impulsa a tomar una decisión. Cuando comprendemos nuestra necesidad de cambio podemos constituirnos en seres libres.
Aventurarse a la acción: En este caso rompemos con los estereotipos del pasado y nos ubicamos en una nueva vida, sin importar la incertidumbre, poniendo pasión en los desafíos. En esta fase asimilamos que ya no tiene sentido retornar a la vieja vida y establecemos la estructura necesaria para no retornar. Pero podemos llegar a esta etapa solo luego de haber aceptado la insatisfacción y desapegarnos de lo conocido para encontrar la oportunidad de verdadero cambio.
Vivir la proeza: Es la instancia de reconocer una nueva realidad, entre oposiciones y logros en los cuales la nueva vida ya es factible. En esta instancia se superan las pruebas y las amenazas se convierten en oportunidades. Se reconoce la recompensa de vivir por el proyecto y nos reconocemos como una nueva persona, como alguien que se durmió en una realidad y se despertó en otra.